El triunfo de la selección española de fútbol en la Eurocopa 2012 ha dejado en nuestras retinas imágenes inolvidables.
No me estoy refiriendo al magnífico juego deportivo desarrollado que, por falta de conocimientos en la materia, me declaro incapaz de comentar, Aunque, incluso para alguien como yo, sin ser especialmente aficionada, verles jugar el partido de la final contra Italia fuera una pura delicia.
Lo que quiero destacar, aquí, de esta selección, es su capacidad de ilusionar a todo el país en torno a ellos. Victoria tras victoria, nos han ido ganando el corazón, con su extraordinaria simpatía, su sencillez, y su increíble humildad. Uno suele asociar las imágenes de los triunfadores en los grandes encuentros deportivos al pedestal, el pódium, el estrado, las copas y las medallas. A admirarles desde la distancia, y hasta la diferencia de plano, como seres señalados con un especial talento y capacidad, que les distingue del resto.
Esa imagen no vale, sin embargo, para esta generación de deportistas, que se desenvuelven con tal normalidad que parecen un equipo de compañeros que más que jugar para competir, parece que se lo estuvieran pasando en grande.
Vienen de pasarse el año compitiendo entre ellos, desde clubes enfrentados por una intensa rivalidad. Y, sin embargo, son capaces de convertirse en el equipo cohesionado, sólido y compacto que ha resultado imbatible en los últimos grandes torneos, (¡No hay dos sin tres, menudo lujo!...)
Pero, además, a través de muchos de sus gestos, se les puede ver casi como un grupo de amigos, que aparecen unidos por la camaradería, el cariño entre ellos, la generosidad, el buen rollo, y, sobre todo, la normalidad en su comportamiento.
Encabezados por ese gran hombre tranquilo, Vicente del Bosque, que encarna todas las buenas cualidades que pueden adornar al extraordinario ser humano que es. Siempre restando importancia a las críticas, apoyando a sus jugadores, y atribuyéndoles a ellos el mérito del triunfo, en exclusiva. Demostrando en todo momento una humildad y una sencillez verdaderamente admirables.
Y la mejor imagen de esa normalidad con la que se expresan, nos la dieron cuando, tras recibir la copa, y cumplir con el ritual oficial, todos corrieron a buscar a sus familias, para fotografiarse con ellos, y hacer bien patente que su triunfo era también el de sus padres, el de sus hijos, sus mujeres, sus novias, sus hermanos...
Ver ese campo de fútbol lleno de niños jugando con los papelillos brillantes de la celebración. O a Piqué dirigiéndose, copa en mano, hacia las gradas, mirando en todas las direcciones y preguntando "¿dónde está mamá?" fue, para mí, de las mejores imágenes de la noche.
Porque, de alguna manera, transmitía el mensaje de que quienes habían sido capaces de escribir la mejor de las gestas deportivas, nos mostraban, al convertir en protagonistas, a sus familias, el motor del que sacan toda esa fuerza que les hace imparables.
Y nos revela una faceta tan entrañable y tan cercana de nuestros jugadores, que, hasta para los que no somos especialmente aficionados al fútbol, nos conmueve, nos gana y nos hace ilusionarnos en torno a un éxito colectivo, que, probablemente, será de las pocas cosas que nadie discuta en esta España de tan duros problemas como hoy vivimos.
O casi nadie, que siempre puede encontrarse a quien pueda no gustarle, y hasta molestarle este extraordinario y prolongado éxito de la selección española, y el apabullante seguimiento que concitan en toda España.
Pero, viendo las imágenes del recorrido del autobús de la selección española por las calles de Madrid, repletas, repletísimas de gentes de todas partes, de todas las edades, de toda condición, que han salido a festejar a este equipo que viene de hacer historia, me quedo con la sonrisa, con la ilusión que este gran grupo de chicos normales transmite.
Uno sólo puede sentirse orgulloso de cómo son quienes nos han representado, como españoles, en tantas gestas. Todos ellos merecen el mejor de nuestros homenajes. Porque nos han hecho alegrarnos y disfrutar de lo lindo con sus triunfos, claro. Pero, sobre todo, porque nos han hecho sentirnos parte, también, de ellos, consiguiendo llegar a ser grandes, sin dejar de ser auténticos.
Fuente: Tardón, María. Un gran equipo de gente normal [en línea]. Madrid: El Mundo
<http://www.elmundo.es/blogs/elmundo/ellas/2012/07/03/un-gran-equipo-de-gente-normal.html>
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